Inteligencia artificial. Parte II

 ¿Nuestro próximo amigo será un robot?

 Por José Mª Cotarelo Asturias (Escritor. Especial para El Diario de Carlos Paz)
domingo, 28 de noviembre de 2021 · 20:52

 Por José Mª Cotarelo Asturias

(Escritor. Especial para El Diario de Carlos Paz)

 

Habida cuenta de las escasas muestras de inteligencia humana hallada en los últimos 300.000 años, parece lógico que con los pocos mimbres que nos quedan, intenten, los más listos, hallar las respuestas que nosotros no supimos darnos. La Inteligencia Artificial (IA) está llamada a cambiar todos los ámbitos en los que nos movemos. En España, que solemos ir a la penúltima de muchas de las cosas esenciales, en este caso estamos en el Top 4 de las potencias en IA. ¡Cosa curiosa!

Que será una herramienta fundamental de desarrollo de las sociedades es un hecho ya constatable; que es comparable al descubrimiento de la rueda o el fuego, y que iremos de sorpresa en sorpresa, sin tiempo bastante para aprender, también. En el fondo, quizá debamos alegrarnos de que algunas de las cosas esenciales de las que carecemos los de nuestra raza; razonamiento y capacidad lógica, aprendizaje positivo de los errores y entenderse en política, pongo por caso, sea pan comido para una simple máquina.

No ha de extrañarnos, aunque con los riesgos que ello conlleva, que la IA supere nuestra pobre capacidad intelectual, y que a los nuevos “humanoides” el tema de la protección de datos, la integridad, la seguridad, la dignidad o la salud humana se las traiga al pairo.

Ya antes de 1960 había máquinas (no caballeros), que eran capaces de ganar a las damas, y que además eran hábiles en la resolución de problemas lógicos e incluso hablaban ya en inglés. Después vino lo de definir las inteligencias; que si componencial, que si experimental, que si contextual y esas gaitas y además con distintos niveles, fuertes, generales o débiles. Si se considera débil a DeepBlue, que fue capaz de ganarle al ajedrez al mismísimo Kaspárov y de la que son ejemplo los modernos espías tipo Siri, Alexa y compañía, imagínense las otras, por ejemplo la general, que puede resolver cualquier tarea resoluble por el ser humano y es además, capaz de generar juicios (que falta nos hace) y razonamientos (que también). Y ya la fuerte es harina de otro costal, capaz de crear “estados mentales” y ser consciente de sí misma. Así que va más allá de los bípedos que no hace mucho andábamos a cuatro patas. Tiene la habilidad añadida de acumular experiencia subjetiva propia y es también capaz de sentir emociones.

Para quien dude de la presencia de IA en nuestras vidas, mire alrededor suyo: la previsión de catástrofes naturales, el uso en granjas e invernaderos con control de temperatura y riego, abono o nivel de consumo de alimentos que debe ingerir el ganado, la eficiencia del tráfico terrestre o ferroviario y la seguridad vial, los avances en salud con el aceleramiento de diagnósticos, el desarrollo de nuevos medicamentos, al igual que la mejora de movilidad de pacientes parapléjicos, las cámaras termométricas de los aeropuertos, las de reconocimiento facial, las tomografías computarizadas, la navegación aérea, los asistentes personales digitales, los motores de búsqueda por internet, la “optimización de productos” que nos recomiendan en nuestros Smartphone, robots, drones…

Es obvio que para procesar los más de treinta millones de mensajes enviados a través de Facebook por minuto, o los cuatro millones de horas de vídeo subidas a YouTube por mismo minuto, necesitaríamos la población de países enteros. En este sentido sí es positiva la IA. La cuestión es reflexionar si las plataformas sociales otorgan prevalencia a los algoritmos inhumanos, o moderación automatizada, más que a la “moderación” humana. Llama la atención que con los “me gusta” que regalamos en  Facebook, Instagram o Twitter, o con los comentarios que publicamos, “el tío de la vara” de la IA, va perfilando aquello que nos gusta y nos muestra a nuevos colegas o marcas que concuerdan con nuestro perfil, gustos e ideología… ¿No es esto un modo de manipulación, coacción y “reagrupamiento” de la estólida masa? ¿Iremos hacia un cerebro global que trate de descifrarnos, entendernos, manejarnos?

Igual no nos damos cuenta que esta especie de ciencia ficción, que ahora nos parece normal, ya la construyó Isaac Asimov hace algunos años con una suerte de literatura especulativa que acabó convirtiéndose en realidad. Diseñó una especie de ruta a seguir para que nos fuésemos familiarizando con el futuro, consiguiendo narrarlo casi tal cual hoy lo vemos, y que para él, resultó algo predecible, con un valor intelectual extraordinario para la época que hoy resulta normal. Él mismo desarrolló un decálogo de cómo deberían ser esos robots, incluyendo la prohibición  dañar al ser humano, o la obligación de obedecer sus órdenes, etc. Fue, de algún modo el autor que más rompió el complejo de inferioridad intelectual del hombre del siglo XX, para llevarlo al futuro que está viniendo. Ha habido más visionarios que ya predecían con sus obras esta especie de robotización de la sociedad. Me viene a la mente mi admirado amigo el pintor Gustavo Alamón, hoy tristemente desaparecido y que tuvo a bien cederme para la portada de mi libro “En algún lugar de las palabras” una de sus obras. Ya en 1977 decía, hablando de su pintura que fusiona al ser humano con robots, que: “Son formas de un universo que pronto ha de ser sí, si esa concepción de que la virtud más importante de la vida en sociedad es la que proviene de la ejecutividad y practicidad, si ello se cumple muy pronto veremos en el mundo hombres convertidos en extrañas máquinas programadas para cumplir funciones específicas, sin poder aportar nada, el hombre cifra, el supernumerario de la vida” para dejarnos más adelante un angustioso mensaje, que, de algún modo se percibe en gran parte de su obra: “Cuando pinto estas cosas no es para gustar ni para agradar. Todo el mundo me podría decir ‘eso yo no lo pondría en mi casa’, porque eso ya me lo han dicho varios; y para mí  eso es uno de los más grandes alicientes para seguir trabajando.  A esos personajes los pongo como un mensaje, un sentimiento de rechazo, porque es el hombre mediocre, el hombre cifra, el súper numerario de la vida, que vive indiferente del mundo. Es decir, el hombre que está totalmente deshumanizado, que muchas veces lo han deshumanizado. Vemos, en la historia del Siglo XX, tropeles de gente que cometieron atroces crímenes de  lesa humanidad y que fueron trasformados en robots para poder ejecutar todo ese tipo de cosas. (…).

Como a Alamón no deja de inquietarme, por usar una palabra suave, que la posibilidad de crear un superhombre y no precisamente el de Nietzsche, que emule a los dioses, sea ya una realidad. Basta una simple mirada hacia atrás para ver que la atroz historia de la humanidad no nos permite ser todo lo optimistas que nos exigen las actuales circunstancias. El avance tecnológico y de investigación atómica de los años cuarenta del siglo pasado nos llevaron a Nagasaki y a Hiroshima… Me aterra pensar que quienes son capaces de financiar esos proyectos millonarios  no los vayan a usar para la guerra o en beneficio propio más que en cuestiones de caridad o sostenibilidad. Baste ver el SPUR  un perro-rifle no tripulado de propósito especial "cuyo objetivo principal es "ofrecer fuego de precisión desde plataformas no tripuladas como el cuadrúpedo Ghost Robotics Vision 60". Tiene además “capacidades de seguridad, recarga, despeje y disparo que permiten un despliegue seguro y confiable […], lo que brinda al operador la capacidad de cargar y asegurar el arma a distancia". Menos mal que no han puesto confortable.

Los aparatejos estos no son ni mucho menos neutrales, ni siquiera libres, ni tienen vocación altruista; traen valores predeterminados escritos en su ADN que reflejan no valores éticos ni culturales, ni de igualdad, privacidad o seguridad, sino aquello inoculados por sus creadores. Incluso siendo positivo  resulta difícil pensar que un “humanoide” leal, ético, próspero y bien peinado, no pueda ser hackeado.

Otro aspecto no menos importante es la afectación económica que la IA puede provocar en las economías, en los empleos, que como es natural, se verán seriamente modificados o sustituidos por máquinas que no sufren de enfermedad, no reclaman derechos laborales, ni se quedan embarazados.  Tanto si preparamos las máquinas como pensadores o como trabajadores manuales, dándoles un papel relevante en la sociedad, estamos sobrando demasiados.

Que ya no somos los mismos de ayer es una obviedad, ni como decía el viejo Heráclito, seremos capaces de bañarnos dos veces en las mismas aguas del río. La IA crea un punto de inflexión en nuestra evolución y plantea cambios impredecibles. Las preguntas se agolpan: ¿será capaz esa inteligencia de acabar con las guerras, el hambre, la desigualdad, la deforestación, la contaminación del planeta o, en cambio, será “tan inteligente” que considerará nuestra especie cumplida y ya no necesaria? ¿Tendrán en cuenta nuestros nuevos congéneres la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, las recomendaciones de la ONU, la CEE, o la OEA, etc.?, ¿Respetaran las leyes nacionales de cada país, sus principios culturales y religiosos…? ¿Qué pasará con la IA al servicio de la carrera armamentística de las naciones?, ¿Si un coche autónomo produce víctimas, quién será el responsable? ¿Serán capaces de resolver el acceso a los servicios sanitarios esenciales de los que carece la MITAD de la población mundial o la situación de los 100 millones de personas que se ven sometidas a la pobreza extrema cada año?

Esperemos que las tecnologías digitales, vitales para el diagnóstico y los tratamientos médicos, al igual que la telemedicina, las tecnologías móviles y hasta los drones (capaces de hacer entregas de suministros de sangre en lugares remotos) sean trascendentales para aminorar estas terribles cifras. Ojalá. Ahora la DeepMind puede predecir algo impensable hasta hace poco y que suponía para los científicos un desafío descomunal, la estructura de todas las proteínas que forman un ser humano, un conocimiento esencial para curar enfermedades hoy mortales. Algunos consideran que para desentrañar  todas las combinaciones posibles de una única proteína a partir de su secuencia de aminoácidos, una persona  necesitaría unos 14.000 millones de años, lo que DeepMind tarda en hacer mientras uno se fuma un cigarrillo. DeepMind nace de la reflexión de un científico Demis Hassabis que reflexionó sobre cómo Deep Blue era capaz de ganar a Kaspárov pero no era capaz de ganar una partida de tres en raya. La vendió a Google en 2014 por 500 millones de euros de la época                   lo que hasta  No estamos tan lejos de la ciencia-ficción que nos ofrecían algunas películas hace ya años: “El futuro desconocido rueda hacia nosotros” decía ya en 1991 Terminator 2.

Aun tratando de no ser del todo pesimista, y aun creyendo que al igual que la energía nuclear, la IA puede ser beneficiosa si es bien empleada, me caben serias dudas de la intencionalidad humana al respecto, sobre todo si las bases éticas, políticas y legislativas no son rigurosas y no se cumplen a rajatabla. Pasaré por alto la capacidad emocional del ser humano frente al gran desafío que se avecina, un “ser” carente de prejuicios, destinado además a superarnos en un tiempo no muy lejano. ¿Estamos preparados para responder y adaptarnos a dispositivos gobernados por una inteligencia artificial? Si no conseguimos que las máquinas hagan un mundo mejor y nos hagan mejores personas, habremos fracasado y perdido, una vez más la batalla.

No, no está lejano el día en que la máquina supere la capacidad humana de pensar y desarrolle una súper inteligencia que, como hemos dicho, bien aprovechada podría ser de enorme interés para la humanidad, generando nueva vida inteligente.

Ya están aquí los ordenadores cuánticos made in china superconductores programables de 66 cúbits, 10 millones de veces más rápido que el ordenador cuántico de Google, la Sycamore de 54 cúbits, o los que funcionan con fotones y son capaces de calcular en un milisegundo tareas que el ordenador convencional más rápido del mundo tardaría unos 30 billones de años en realizar. Pronto estás máquinas podrían llevarnos a avances en el cálculo de mutaciones genéticas, la predicción de los precios de las acciones, la medición de flujos de aire en vuelos hipersónicos o la creación de una gran variedad de nuevos materiales. No sé si alguien duda a estas alturas de la supremacía mundial de china en IA, energía nuclear, la exploración espacial o la genética. Elementos más que suficientes para definir nuestro futuro inmediato. China ya ha ganado la próxima guerra. Esperemos no convertir nuestro pobre mundo en el museo de lo extinto.

Sería tan de desear que estos nuevos sistemas fuesen capaces de elegir al presidente de un país por su capacidad de honradez y liderazgo,  por sus habilidades y competencias, por sus amplios conocimientos y sus resultados, por su resiliencia y  coraje, ahorrándonos la molestia de ir cada pocos años a equivocarnos a las urnas.

Habría que releer a Platón, Sócrates o Aristóteles y desde un punto de vista de la humanidad más esencial, preguntarse por nuestro sentido, más allá de este virus de la superficialidad que se extiende como la pólvora.

Me pregunto si seremos capaces de crear artefactos que generen nuevos valores, que sean conciliadores, reflexivos, con pensamientos racionales y positivos que trabajen en interés del bien común. Lástima que la raza humana no haya sido capaz. Solo deseo que la IA no se convierta en EA (Estupidez Artificial)  Al menos me queda el consuelo de que nunca será capaz de escribir un poema de amor, ni mirar a los ojos con la ternura de los enamorados, como lo hace nuestra pobre inteligencia humana.

Una especie (la nuestra) perdida como cabeza de alfiler en un espacio de dimensiones desconocidas e inimaginables, capaz de destruir todo aquello que ama; el futuro de su especie, su huerto, sus mares, las especies animales, los bosques, los ríos… una tribu salvaje destructora de sí misma, incapaz de mantener y apoyar las condiciones de habitabilidad de nuestro planeta, capaz de dividir el átomo, pero no los alimentos… Es normal pensar que nuestra inteligencia no llegue a la altura de la suela de los zapatos de la IA y seamos los más tontos de la clase de todo el cosmos. Y si, como dicen, nuestro universo ha podido ser diseñado y creado a modo experimental en un laboratorio por una civilización tecnológicamente avanzada, también la han cagado. Que vengan la teoría general de la relatividad y la mecánica cuántica a explicármelo. Da que pensar. Y pena.

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