Una institución que merecía un destino mejor

Hace 109 años se creaba la Reducción de Napalpí

Por Vidal Mario. (Escritor e historiador)

Por Vidal Mario*
                       

 La Reducción de Napalpí fue creada durante la presidencia de Roque Sáenz Peña un 24 de julio de 1912, cinco años antes del fin de una guerra que le presentaba al indio sólo dos opciones: ser sometido por el ejército, o ser muerto.

Napalpí fue la consecuencia de una guerra interna contra los aborígenes del norte argentino que fue iniciada por Sarmiento en 1870 y fue declarada militarmente terminada recién en 1917, durante la presidencia de Hipólito Yrigoyen.

Ya en los tramos finales de esa guerra, a nivel nacional iban surgiendo entidades declarando que amontonar indios sometidos detrás de las líneas de fortines que el ejército iba dejando en su marcha no era el camino para atraerlos hacia la civilización.

La prédica más fuerte provino de la Sociedad Protectora y Defensora de los Indios, con sede en Buenos Aires. La misma, el 24 de enero de 1911, envió esta nota al ministro del Interior, Indalecio Gómez:

“La experiencia de tantos años nos demuestra que no es con la sangre que se conquistará al indio sino con la acción pacífica y civilizadora que prescribe nuestra Constitución. La Sociedad Protectora y Defensora de los Indios ruega encarecidamente al Gobierno de la Nación el inmediato cese de toda acción militar en detrimento del indio del Chaco”.

 

Aparece Lynch Arribálzaga

Fue en el marco de prédicas como esa que en un momento dado surgió la figura de uno que en Buenos Aires trabajaba como Inspector Nacional de Defensa Agrícola, y que con el paso del tiempo se haría muy notable en el Chaco: Enrique Lynch Arribálzaga.

Nacido en Buenos Aires el 26 de agosto de 1856, éste hombre pensaba que “la esclavitud no terminará en la Argentina mientras existan indios que sean parias”.

El 27 de octubre de 1911, un decreto nacional lo designó “Delegado de Reducciones”. De inmediato, tomó un barco, desembarcó en Barranqueras, y desde el puerto viajó en tren hasta el kilómetro 60, donde lo esperaban con un caballo. Así llegó al campamento del Regimiento N° 7 de Caballería de Presidencia Roca.

En ese lugar, que entonces se llamaba Fortín Presidencia Roca, llegó el 28 de diciembre de 1911, y se presentó ante las autoridades militares asentadas en la zona.

Le tenían que entregar 1.600 indios que las fuerzas militares de ocupación del Chaco tenían “sometido” en la actual localidad de Presidencia Roca. La idea era que, con ellos como base poblacional, se fundara un centro de protección al indígena en alguna zona a determinar.

Pero llegó tarde: ya no había indios. Todos se habían escapado y vuelto a los montes.

Lynch Arribálzaga bajó entonces a Resistencia y se instaló en una casa de la calle Ayacucho 87.

Desde allí ordenó a quien había designado administrador de la futura Reducción, Eufemio Salvador Romero, que explorara los campos fiscales de la zona de Napalpí para determinar un lugar donde instalar el establecimiento indígena.

Elegido el lugar, el 24 de julio de 1912 se fundó el centro indígena bajo la denominación Reducción de Napalpí.

Si ese lugar aún existiera, éste día 24 de julio estaría cumpliendo, consecuentemente, 109 años.

 

Era otra cosa

A lo largo del siguiente mes de agosto y principios de septiembre, el centro se fue organizando.

El 25 de septiembre de 1912, con los primeros aborígenes tobas que se acercaron, comenzó la primera tarea de la Reducción: la explotación de los bosques circundantes.

Al principio, la vida de la Reducción dependía enteramente de la producción forestal.

Fue por eso que el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914 fue un duro golpe para el establecimiento. Dejaron de llegar las demandas internacionales de madera.

En éste punto es necesario dedicar algunas líneas (porque hay mucho mito sobre esto) a lo que verdaderamente fue la Reducción de Napalpí, en sus inicios. Al principio, era otra cosa.

Lynch Arribálzaga decía: “La transformación del indígena por medio de la educación es el objetivo fundamental de la Reducción de Napalpí, y cualquier sacrificio que se le dedique a éste emprendimiento está justificado”.

El fundador de la mal llamada “Reducción” no era un militar sanguinario o político inescrupuloso dedicado a aprovecharse del indio. Ésta clase de políticos vinieron después. Fue un coleccionista de insectos muy famoso, y muy respetado incluso en Europa.

Fue encargado de publicidad de la primera revista científica que conoció la Argentina.

Fue periodista, secretario de Redacción del diario “La Unión” de la ciudad de Valparaíso (Chile), en tanto que en Resistencia dirigió el periódico “El Colono”.

Había sido, además, secretario del perito Francisco Moreno, y Florentino Ameghino lo designó director de la Sección Ornitológica del Museo de Ciencias Naturales de La Plata.

Obedeció a que era un experto en la lucha contra la plaga de la langosta que el Ministerio de Agricultura y Ganadería de la Nación lo designó Inspector Nacional de Defensa Agrícola.

En 1907 fundó la Sociedad Protectora del Indio, y también creó una muy humanitaria forma de tratar al aborigen denominada “Método Argentino Indígena”.

Militante del partido socialista, apoyó la reivindicación política del Chaco, y como escritor publicó libros como “Materiales para una bibliografía del Chaco y Formosa”.

Fundó el Primer Museo del Chaco, fue secretario municipal de Resistencia y, como director de Parques y Jardines de la municipalidad capitalina, reorganizó la Plaza 25 de Mayo.

Fue uno de los fundadores y primer director de la Universidad Popular de Resistencia.

El periodista e historiador Guido Miranda lo recordó con estas palabras: “Su vida romancesca está jalonada de episodios brillantes y siempre significativos”.

Lynch Arribálzaga hizo tantas cosas buenas y positivas por su patria adoptiva que en Resistencia hay una calle y dos bustos que merecidamente recuerdan su memoria.

 

Un centro civilizador y educador

En resumidas cuentas, éste científico, periodista, escritor y militante del socialismo estaba muy lejos de ser un hombre ávido por enriquecerse a costa del indio.

Uno de semejantes quilates morales y culturales como éste no iba a andar por ahí organizando antros siniestros dedicados al mal.

Justamente eso es lo que muchos siguen creyendo, diciendo, y enseñando: que Napalpí fue un centro expresamente creado para una salvaje explotación del indio.

Eso no es cierto. En sus comienzos Napalpí una fresca avanzada de civilización plantada en medio de un Chaco bravo y montaraz, y de sólo 36.872 habitantes oficialmente censados.

Que unos años después de su fundación gobernantes corruptos (como Cáceres y Centeno) y la oposición de algunos blancos a la existencia de ese centro indio hicieran que todo eso se fuera al demonio, ya es otra –dolorosa- historia.

Pero en sus inicios fue un establecimiento que mostró al país cómo debe ser tratado el indio.

Fue un centro civilizador y educador. Justamente por eso su existencia no convenía a los intereses de gente acostumbrada a usar al indio como mano de obra barata.

Y fueron estas gentes las que, con apoyo de Fernando Centeno ayudaron a provocar la masacre de Napalpí.

Pero esto, como quedó señalado, ya es otra historia.

 

La vida en Napalpí

Allí convivían en paz tobas, mocovíes y vilelas, anteriormente acérrimos enemigos. Eso sí: no querían saber nada del tipo de vivienda que le ofrecía el blanco. Preferían sus típicos toldos. Lo de seguir viviendo en toldos tenía el respaldo de Lynch Arribálzaga: “Espero que no se reincidirá en el error de encerrar al indio dentro de cuatro paredes, con olvido de la adaptación de sus pulmones al aire libre”, dijo en una carta.

En invierno llenaban los techos de sus viviendas con pastos secos, llegado el verano las limpiaban y aireaban, y dormían en el suelo porque no conocían la cama. Lo que en principio se hizo dentro del territorio asignado a la Reducción fue explotar la madera de los bosques circundantes.

También cultivaban, en un perímetro de 82 hectáreas y bajo la dirección de un perito agrónomo que fue traído de Buenos Aires, maíz, batata, zapallo, sandía, melón, mandioca, algodón, caña de azúcar, tabaco, poroto manteca y banana. Sin embargo, casi todas las tareas agrícolas estaban a cargo de las indias porque los indios varones consideraban a la agricultura un atentado contra su masculinidad.

Para los hombres, sembrar era cosa de mujeres.  Lo peor que le podía pasar al indio, que seguía sintiéndose guerrero, era que alguien dudara de su hombría. Los varones dedicados a la agricultura eran los que desde niños ya habían trabajado en las chacras de los blancos, y por lo tanto estaban habituados a trabajar la tierra.

Por eso Lynch Arribálzaga sostenía que el futuro estaba en la educación de los hijos de esos indios. Así que pronto instaló en el lugar una escuela atendida por un joven maestro llamado Abraham Mendieta, enviado desde Buenos Aires por el Consejo Nacional de Educación. Las clases comenzaron en 1913 y se dictaban bajo un árbol en días que no llovía, o no hacía mucho frío.

Fue un gran progreso que el abandonado fortín de Napalpí fuera convertido en edificio escolar, y que en abril de 1915 llegaran libros, cuadernos y útiles escolares. Para 1916, la cantidad de alumnos ya era 107, y se les servía desayuno y almuerzo.

A los niños también se les daban clases de ejercicio físico, huerta y agricultura. Incluso se construyó un salón para que se quedaran a dormir los que, en caso de lluvias imprevistas, no pudieran regresar a sus respectivas casas. La mayoría de esos pequeños aborígenes vivía lejos de la escuela, y le costaba asistir con regularidad. La solución que encontró Lynch Arribálzaga fue comprar cincuenta y ocho burros y entregarlos a los niños que vivían en lugares alejados, para que no tuvieran problemas en asistir a clase. Seguidamente, se instaló un taller de carpintería y un conjunto de ocho talleres de corte y confección, hilado, teñido y tejido indígena, atendidos por una maestra toba.

A fines de 1912, ya había trescientos aborígenes viviendo en la Reducción, en tanto que un empadronamiento efectuado en junio de 1914 reflejó que el número había subido a 774.

Para agosto de 1915, los pobladores adultos de la Reducción de Napalpí sumaban 1.534, todos de la etnia toba. De ellos, 802 eran varones y 732 mujeres.

No era obligatorio que vinieran a ese lugar. Lo hacían porque querían saber más sobre los beneficios que les podría brindar esa cada vez más conocida Reducción de Napalpí. Algunos se quedaban, otros regresaban por el mismo camino por donde habían venido. Ese año 1916, la localidad de Napalpí aún no había sido fundada, era todavía un proyecto. El plano del pueblo recién fue diseñado, ese año, por Lynch Arribálzaga. En agosto de ese año 1916 se hizo otro censo, el cual reveló que entre tobas y los pocos mocovíes que no abandonaron el lugar vivían en el lugar 1.800 indios.

Ese mismo año 1916, los hacheros aborígenes y blancos de la Reducción produjeron la cantidad de 21.829 toneladas de rollizos de quebracho colorado. Según quedó registrado en los libros de contabilidad de la institución, esa notable producción les hizo ganar a los aborígenes un total de 53.295,48 pesos. Lamentablemente, en 1917 el impresentable gobernador Enrique Cáceres echó a Enrique Lynch Arribálzaga e intervino la administración de la Reducción de Napalpí.

Fue el principio del fin para esa institución que cinco años antes naciera con tan buenos auspicios, y que merecía un destino mejor.

 

*(Periodista, escritor, historiador. Autor de tres libros sobre la masacre de Napalpí)

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