Fermín Estrella Gutiérrez: escritor y docente

Nació en 1900, en Almería, España y, de pequeño llegó a la Argentina con sus padres y hermanos. Ya joven adoptó la ciudadanía argentina. Falleció en la ciudad de Buenos Aires en 1990.
viernes, 16 de abril de 2021 · 14:25

Por Hilda Albano

(Académica de número de la AAL) 

 

En la sesión ordinaria del jueves 11 de marzo de la Academia Argentina de Letras (AAL) realizada de forma virtual, la académica de número Hilda Albano leyó sobre «Fermín Estrella Gutiérrez: escritor y docente».

 

Fermín Estrella Gutiérrez, nació en 1900, en Almería, España y, de pequeño llegó a la Argentina con sus padres y hermanos. Ya joven adoptó la ciudadanía argentina. Falleció en la ciudad de Buenos Aires en 1990. El 28 de diciembre de 1955 fue designado Miembro de Número de la Academia Argentina de Letras para ocupar el sillón que lleva el nombre del poeta Ricardo Gutiérrez. Su recepción formal tuvo lugar en 1962. Se desempeñó como vicepresidente de la Academia Argentina de Letras durante dos períodos, entre 1974 y junio de 1980. Fue designado, también, Miembro Correspondiente de las Academias de Letras de México, Venezuela y Honduras. En 1931, fue nombrado primer secretario administrativo de la Academia, cuando tenía su sede en la antigua Biblioteca Nacional, en la calle México. Por su función administrativa, le tocó comprar los primeros libros de la Academia y los primeros elementos de trabajo. Entre los muchos escritores con quienes trabó amistad en esa época de la Academia, el autor destaca a Enrique Banchs y Manuel Gálvez. Como señala en su disertación de ingreso en la Academia, titulada ESENCIA Y DESTINO DE LA POESÍA, su vida ha transcurrido entre dos vocaciones: la de la enseñanza y la de las letras. Desempeñó su actividad docente durante cuarenta y dos años en los diferentes niveles de la enseñanza: primaria, secundaria y universitaria. Sin embargo, su pasión por las letras, en particular la poesía y los cuentos, fue ocupando cada vez más su vida. Al referirse a la poesía, sostiene que el hombre, «[…] frente a la ciega carrera que no sabe a dónde habrá de llevarlo, la poesía se alza como una voluntad espiritual desde lo hondo de nuestro corazón. Ella vive sobre la confusión y sobre las dudas, como un pálido y dulce resplandor», y añade «[…] pero la poesía no es una distracción; es una pasión, un estado de alma, una iluminación».

En la Escuela Normal de Profesores “Mariano Acosta” de la ciudad de Buenos Aires, se recibió de profesor en Letras y tuvo como compañero de banco a Leopoldo Marechal, con quien mantuvo una larga amistad. En la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, obtuvo su título de doctor en Letras y allí fue docente de Literatura Española. Su interés por la enseñanza lo llevó a escribir manuales de literatura española e hispanoamericana para alumnos de la escuela secundaria. Varias generaciones de estudiantes secundarios, entre los que me incluyo, tuvimos la dicha de contar con los manuales escritos por Estrella Gutiérrez que nos abrieron las puertas al mundo de la literatura.

En el manual de LITERATURA ESPAÑOLA con antología para cuarto año de Bachillerato y Magisterio (Kapelusz, 1965 [1945]) -que guardo con profundo cariño y que, en estos momentos, lo tengo junto a mí- Estrella Gutiérrez traza, con meridiana sencillez, un panorama que va desde la poesía épica y medieval hasta la literatura contemporánea. El compromiso por brindar al estudiante un material bibliográfico acerca de la literatura española está inserto en el prólogo, donde señala que «[…] hemos puesto todo nuestro amor por esta materia y nuestra larga experiencia en la cátedra, ofreciendo un panorama de las letras españolas, a través de sus autores y obras más importantes, y destacando lo que sigue viviendo, a pesar del tiempo y del cambio de gustos literarios, de lo que es ya cosa muerta, sin resonancia en la posteridad». En el homenaje que la Academia Argentina de Letras le rindió en el centenario de su nacimiento, el Miembro de Número Antonio Requeni, destaca la honestidad como una virtud esencial del escritor que está presente tanto en la creación intelectual como en su vida pública y privada. Su primer libro El cántaro de plata, publicado en 1924 con el que obtuvo el tercer Premio Municipal de Poesía fue seguido por Canciones de la tarde, La ofrenda, Los caminos del mundo, La niña de la rosa, Destierro, Sonetos del cielo y de la tierra, Nocturno, Sonetos de la soledad del hombre, El libro de las horas y Sonetos de la vida interior. Un libro que plasma, a través de cada soneto, una sentida reflexión acerca de la vida que le tocó vivir, de los afectos familiares, de su labor como escritor es Los altos años. Se trata del libro Homenaje de sus hijos, nietos, bisnietos, exalumnos de la Escuela de Profesores Mariano Acosta y Academia Argentina de Letras y que el escritor dedica a la memoria de su nieto Santiago César Alonso y a la de su hermano Francisco Estrella Gutiérrez.

En la primera estrofa del primer soneto titulado SONETO DE LOS ALTOS AÑOS está plasmada la revisión serena de su vida ya en su etapa final: Qué largo ya el camino recorrido, miro hacia atrás. dolores y alegrías, los días buenos y los malos días, todo está ya mezclado y confundido.

En el SONETO DE LOS AÑOS VIVIDOS, continúa con el repaso de su larga existencia y autodenominándose caminante se interpela a sí mismo: Detente, caminante, y mira luego lo que has dejado atrás, año tras año, cuánta esperanza y cuánto desengaño, cenizas ya lo que antes era fuego.

La entrega desinteresada del poeta a través de su creación literaria está reflejada en el SONETO DEL SEMBRADOR DE IDEAS en el que continúa volcando lo que su yo más profundo le señala: No esperes cosechar lo que has sembrado, Date todo en la siembra, ése es tu sin Date todo en lo vivo y lo soñado. La cercanía de la muerte está presente en estos sonetos, desde el último verso del primer soneto titulado SONETO DE LOS ALTOS AÑOS: y hoy nada espero ya, solo la muerte. La referencia a la muerte, como lo más cercano y certero que tiene, se reitera con mayor fuerza en SONETO DE LA ESPERA. Esperar, ¿qué?, ya todo lo has vivido, atrás quedaron gozos y quebrantos, tus días y tus noches fueron tantos que ya no esperas nada, estás perdido. […] La muerte aguarda impávida y segura, El túnel se abre, lóbrego y cercano. La reiteración del verbo “esperar”, la coordinación de sustantivos que constituyen antónimos como gozos y quebrantos, días y noches, de construcciones con valor positivo como cuánta esperanza y cuánto desengaño y de construcciones que encierran una relación de causa consecuencia como ya no esperas nada, estás perdido revelan un estado anímico de sana y conmovedora aceptación de una inevitable realidad como es la llegada cercana de la muerte a la que califica como impávida y segura y que abre la puerta al misterio del más allá que es un túnel lóbrego y cercano. Pero esa voz interior también le recuerda lo positivo que hubo en su vivir tal como lo expresa en SONETO DEL HOMBRE Y SU DESTINO: Tuviste amor, principios, ilusiones, y ansiaste la belleza, tan distante, siempre aspirando a los supremos dones. A pesar de su fecunda vida, un dejo de insatisfacción y de soledad lo acompaña como lo expresa en NI RUIDO, NI AMBICIÓN… , donde se reitera el recurso sintáctico de la coordinación, en este caso, de sustantivos que revelan, en el orden de aparición del último verso, un crescendo negativo. Ni ruido, ni ambición, ni lucha ociosa solo el fluir callado de la pena, un eslabón y otro en la cadena, y al fin la paz, la soledad, la fosa. La referencia a la fosa, como el destino final, donde queda enterrado todo lo que ha sido una persona, alcanza su mayor connotación en el soneto EN EL ENTIERRO DE UN POETA AMIGO. Llegó el cortejo hasta la fosa abierta, dejaron el cajón junto a la fosa y con indiferencia silenciosa lo bajaron, cabeza descubierta. […] El cortejo se fue, lo que fue su vida: los libros, los trabajos, los dolores, nada son ya después de la partida. En SONETO A LA VIDA, el poeta se dirige a la vida cual persona a la que le agradece por todo lo que ha recibido y, también, por lo que ha perdido. Vida, aquí vengo al fin de la partida a darte gracias por lo que me has dado, por la flecha clavada en mi costado, por la esperanza y la ilusión perdida. Gracias por estos hijos, luz nacida, regalo de un destino atormentado, óptimo fruto, el bien más esperado de esta vida de amor a ti debida. La relevancia de los hijos en su vida está presente en el SONETO A MIS HIJOS, donde los enaltece metafóricamente. Cuatro ramas de un tronco alto y erguido, cuatro ríos de una única vertiente, cuatro sendas de un rumbo diferente, cuatro sueños de un sueño compartido. En el soneto A MI HIJA JOSEFINA AL CUMPLIR VEINTE AÑOS, el poeta describe a su hija comparándola con una rosa, flor a la que le otorga un carácter trascendente. Tallo de rosa, erguida, rosa entera, rosa del alba y blanco de la espuma, deja que trace con mi vieja pluma tu imagen victoriosa, y que no muera. Al concluir el último soneto, titulado MEDITACIÓN SOBRE EL TIEMPO, su sino más profundo le plantea la triste e inexorable realidad presente. Mira hacia atrás, la casa abandonada, y en la cuenta final sólo la suma de todo lo que fue: ya nada, nada. Además de su obra como poeta y cuentista, Estrella Gutiérrez también escribió varios estudios críticos, entre ellos: «Alfonsina Storni, su vida y su obra» (1959), «Un soneto de Góngora» (1961), «Unamuno y [Joan] Maragall. Historia de una amistad ejemplar» (1964), todos publicados en tomos del Boletín de la Academia Argentina de Letras. Para concluir, cito nuevamente al Académico Antonio Requeni, quien en su disertación al cumplirse los 100 años del nacimiento de Estrella Gutiérrez dice «[…] representa la más alta lealtad a una vocación que hizo de él un digno cultor del verso, un lírico que asumió el sentimiento y la belleza como algo vital, sustantivo y trascendente».

 

Fuente: Academia Argentina de Letras

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