Susana Szwarc:“Escribir es un hacer, es escuchar y llevar al papel eso que se resignifica”

La poeta chaqueña fue entrevistada por Andrea Viveca Sanz para Contarte Cultura.
viernes, 16 de julio de 2021 · 01:22

Publicado Por  Contarte Cultura

Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

 

No hay distancias. Viajamos. Recorremos los caminos de la vida, un paso detrás del otro. Avanzamos y retrocedemos. Duele el desplazamiento. Las palabras se estiran, atraviesan los espacios, que se alargan y crecen con ellas. Nos movemos con las palabras, somos parte del camino. Escribimos en las huellas que nos escriben, sólo para prolongarnos en el paisaje. Nos contraemos en sus sombras. A veces, somos silencio en movimiento.

Y en ese viaje, en ese movimiento que la vida propone, la escritora Susana Szwarc encuentra semillas que se transforman en letras y la letra, su esencia, siempre es palabra convertida en poesía.

Poeta, narradora de historias cotidianas, cuentista y autora de novelas, obras de teatro y libros infantiles, lleva la escritura como una huella de nacimiento, una marca que comparte en cada una de sus creaciones.

 

En diálogo con ContArte Cultura la autora chaqueña recorre su propio camino y nos cuenta sus vivencias.

Empecemos esta charla desplegando un camino imaginario. La tierra que lo conforma está tatuada por dos huellas que marcan el recorrido de las palabras. ¿Cuáles son esas primeras palabras que percibís desplazándose por las huellas de barro? ¿Qué tienen que ver con vos esas letras?
—Tu pregunta, hermosa, me hace recordar el primer libro de cuentos que publiqué y que yo quería que se llamara No camines en el barro, el  último de ese libro. Y prefirió el editor el nombre del primer cuento, El artista del sueño, en homenaje a mi admirado y querido Franz Kafka. En Una pequeña mujer y un pequeño juez, dice:

Llovía. La mujer caminaba por las calles húmedas y sentía el frío y la lluvia confundirse con su cuerpo.
En No camines en el barro hay preguntas, hay tres finales y hay distintas voces.
Crecerán flores de los charcos de las lágrimas.
O
Se formará una zanja de lágrimas, crecerán mojarritas, los niños y las niñas irán a pescar.
O
¿En la zanja se enterrará a los muertos?
(…)
—Tengo miedo, Juan.
—No tiembles, Marilita, yo te abrazo.
—(…) Debo ponerme las botas porque él me decía: “hija, geinisht in de blote”. Y yo le miraba los pies. Usaba galochas (¿así se decía?). Y sus pies eran grandes, muy grandes sobre el barro.

Y en uno de los últimos libros que estoy escribiendo, El libro (no) de los salmos, aparece en casi todos los poemas la pregunta por la letra. Me atrevería a decir que la letra me compone.

 

Si pudieras elegir, como si fuera una foto, un paisaje de tu infancia donde nació o se gestó tu necesidad de escribir, ¿cuál sería?

—La foto es desplegable como esa charla que me proponés, y movible. En la foto está un árbol, paraíso se llama, debajo una niña de tres años que pasa sus dedos por la sandía, cada semilla que saca se transforma en letra: y cada uno y cada una que pasa por la vereda dice una letra del alfabeto que la niña va paladeando. A veces las letras cambian de forma. A veces cambian de lengua. Alguien pasa y dice “yvoty”, alguien dice “flor”, alguien más dice “blum”. En la foto se vería el tren, la campana de la estación, que ahora es museo, se vería a las familias enteras cosechando el algodón desde las cinco de la mañana, hasta que el sol comienza a pegar fuerte sobre cada espalda de cada uno de ese grupo de niños, mujeres, hombres, sin importar la edad, sus manos sobre el algodón “que se va que se va que se va” hacia otras manos que se han apropiado, en su hacer creer que así debe ser, naturalizando el algodón y  la explotación del que ha trabajado, cosecheros golondrinas, vidas, que han sido romantizadas en la canción que también dice “Con manos curtidas, dejaré en el algodón mi corazón”. Y sí, los corazones y todo el cuerpo se dejaban. Y la foto puede seguir desplegándose bajo un cielo muy azul. Por supuesto, mientras se recorre la foto, se escuchan chamamés.

 

Escribís cuentos, poemas, teatro, novelas, pero si tuvieras que relacionarlos de alguna manera ¿cuáles creés que son los hilos temáticos que entretejen, y de alguna forma unifican, los distintos géneros que brotan de tu interior?
—Creo que sí, que hay hilos temáticos, ciertas repeticiones que nos van constituyendo, tal vez dichas de diversas maneras. Y está lo de la foto. También hay mucha lluvia, o sea que aquel cielo se nubla, y muchas preguntas en mis textos. Hay gente de los pueblos de lo que se llama “el interior” del país como si hubiera un “exterior” dentro del mismo país. Sin embargo, cada lugar es el centro del mundo y gira. También aparece lo que se podría llamar la historia personal, siempre imbricada con la historia social: los campos de concentración en Polonia, los campos de trabajo en Siberia, los tiempos de las dictaduras en Latinoamérica. Supongo que es tratar de entender el por qué de la crueldad entre semejantes. A veces están “los nómades urbanos”, como nombra la poeta y crítica Marta Ortiz a los personajes que viven en la calle de “Una felicidad liviana”. Una forma del paisaje como dice un poema: “…algodonales, algodonales /, pero solo mordíamos naranjas. ¡Ah!, cómo recuerdo/ engaú, esa sed. Y después, mucho después –todavía-,/la frescura en las bocas…”. Tal vez el comienzo de Trenzas explique mejor: “Un bosque enmarañado allá y acá. Tuvo que haber pasado pisado algo entre la maleza, entre el bosque enmarañado, algo entre los ruidos y el aturdimiento y el barullo del macagua, algo entre las matas espesas a pesar de lo impenetrable, algo entre el silencio y el murmullo de los guaicurúes, algo entre la aspereza de los tallos, de las hojas vellosas, de las flores moradas en racimo.” Y  creo que está, simultáneamente, la risa (uso mucho esa palabra), la alegría de la vida misma  y la búsqueda, podría decir, de un relato de continuidad.

 

¿Qué ovillos cotidianos ayuda a desovillar la palabra escrita?
—¿Sabés que no sé si la escritura ovilla o desovilla algo de lo cotidiano? La escritura forma parte de lo cotidiano en sí misma. Está en lo cotidiano aunque de manera diferente, ¿en otra vía tal vez? No recuerdo con exactitud, pero me gustó mucho algo que leí de María Malusardi, decía “la escritura no es un Rivotril”, por supuesto ampliado. Me hizo reír y pensar. Se habla de salvación, de algo terapéutico, de una forma de resolver problemas a través de la escritura. Sin embargo escribir es un hacer, es escuchar y llevar al papel eso que se resignifica, y buscar la forma en que llegue a otras y otros que leerán a su manera, es decir, reescribirán. Y compartiremos. En mi caso, cada cosa que hago construye mi vida, y siempre con los demás por supuesto. A mí me ayudan mucho las otras personas. Y creo que la escritura produce transformaciones, transmutaciones, tanto a los que escribimos como a los que leemos y que hace, sí, su efecto en lo cotidiano.

 

Tus textos suelen ser muy visuales, hay escenas que bien podrían llegar al cine. ¿Pensaste en esa posibilidad? 
—Me hablaron de esa visualidad y sí, creo que me gustaría que los textos fueran al cine… Tal vez suceda.

 

¿Cómo se despliega un poema dentro tuyo? ¿Creés que es posible intervenir nuestros mundos con la poesía?

—Es difícil contar el cómo, pero algunas veces pude captar bastante eso. Por ejemplo, estaba en un museo y miraba una pintura, también leía el cartelito de quién, cuándo, el breve relato de un detalle; en este caso unos tilos de Durero. Anoté una frase que fue desplegándose en mí y, ya en el café, se construyó el poema. También en otra oportunidad, necesitaban armar una biblioteca en una escuela, pero en el trayecto el director se arrepintió; mirando los libros, escuchando las voces de los chicos en el recreo, se me fue componiendo un texto. O sea que ese director no me dio el trabajo pero me regaló un poema. Esas veces me fue bastante claro. Por lo general surgen en situaciones cotidianas, de frases que escucho mientras compro frutas por ejemplo o mientras alguien pronuncia alguna palabra y, sobre todo, me parece, de lo que estoy leyendo. Creo que algunas letras se reúnen, me llegan y se mezclan con alguna situación que está sucediendo en mí y en el mundo. Algo comienza a formarse, como una especie de dictado. Creo que están esas letras para todos y algunas personas, a veces, las agarramos. Me pasa que para pensar tengo que llevar las frases al papel. Después, voy moviendo eso, probando, cambiando de lugar, viendo si va en un verso u otro, si va con signos de puntuación a la vista o a modo de respiración, sonido. Por lo general, es como estar escuchando textos de otros. Muchas veces tengo la sensación de estar copiándome. Así, en un poema escribí:

“…cada vez que pronunciabas palabras/y las dejaba caer, sueltas, en la madrugada/.Yo corría a buscar hojas, más hojas: // anotaba como los viejos copistas./Me vi llorar dentro del sueño,/me vi desierta, decirte: si supiera escribir tu música,/las notas exactas de la fiesta de la angustia…”.

Respondiendo a la otra parte de la pregunta, creo que sí, que nuestros mundos ya están intervenidos con la poesía, que ella va haciendo su camino no tan despacio como se nos hace suponer. Es que se tarda un poco en percibir.

Imágenes de la presentación del libro de poesía “El ojo de Celan” en la Biblioteca Nacional. En ellas aparecen, junto a Szwarc, Horacio González y Alberto Szpunberg -fallecidos durante la pandemia de coronavirus-, la actriz chaqueña Susana Varela, Daniel Calmels y el poeta de La Plata Carlos Aprea.

 

Algunas de tus obras fueron llevadas al teatro, ¿cómo viviste esa experiencia de ver a tus personajes en un escenario?
—Viví de varias maneras las puestas en escena de mis textos. Una vez me enojé mucho. Recuerdo que Griselda Gambaro, que había ido a ver la obra y  le había gustado, me dijo que una vez llevado el texto por el director o directora, le pertenece. Otras veces disfruté mucho, pero porque ya había aprendido, sobre todo, esa ajenidad.

 

Contanos acerca de “Distancia cero” tu libro de microficciones publicado en 2020 por la editorial Desde la gente. ¿Cómo surgió la idea de entrelazar esos cuentos? ¿Qué los une?
—Fue un placer escribir ese libro. Me doy cuenta ahora que recuerdo los lugares donde voy escribiendo. Y no sabía cómo reunirlo, si en capítulos, si por temáticas. Hasta que fue tomando esa forma que es un poco deshilvanada, aunque los textos hallaron su modo de combinarse.

 

¿En qué proyectos estás trabajando actualmente?
—Soy dispersa. Tengo dos obras de teatro en un libro para publicar. Libros de poesía: Caracú, otro que creo que se va a llamar Pernuze y uno bastante adelantado El libro no de los salmos. Alguno de ellos tal vez salgan este año y el próximo. Y otros dos apenas empezados. Un libro de cuentos que estoy revisando y en el que dudo aún con el título. También una reedición, en Ediciones Polibea de España, de Bárbara dice, que como tiene varios cambios y agregados se va a llamar Ahora Bárbara dice. Y en meses, por Editorial ConTexto,  la poesía reunida hasta ahora, con algunos textos inéditos con el título de Decir la suerte. Mientras, sigo revisando, corrigiendo, probando, preguntando todo el tiempo a las amistades.

 

Para terminar, y volviendo a nuestro camino del comienzo, ¿qué deseo te gustaría ver rodar por esas huellas?
—Hay un poema que me gusta para esas huellas del camino. Es un poema en diálogo de An Lu y dice:

¿A dónde vamos?

—A un lugar mejor.

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